Una búsqueda constante

En 1924, John Maynard Keynes publicó un ensayo titulado “Política de inversión para compañías de seguros”, donde sentó las bases de una filosofía pragmática que desafiaría el dogmatismo financiero. Su advertencia era clara: los inversores deben estar dispuestos a abandonar viejas certezas cuando las circunstancias externas se transformen. "El inversor que se aferra obstinadamente a sus decisiones, ignorando cambios en la realidad, termina pagando un alto precio", afirmaba con contundencia.

Décadas más tarde, en 1970, Paul Samuelson, una figura igualmente influyente en la economía, fue interrogado en televisión sobre la conveniencia de aceptar una dosis controlada de inflación para fomentar el crecimiento. Samuelson, célebre por la evolución de sus ideas, confesó que en las distintas ediciones de su icónico manual había modificado sus estándares aceptables de inflación: de un 5% inicial, a un 3%, y finalmente a un 2%. Esto le valió la crítica de un despacho de Associated Press, que lo acusó de falta de firmeza. Su respuesta, sin embargo, fue memorable: “Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. ¿Y usted?”

Años después, Samuelson atribuyó esta frase a su maestro, Keynes, reforzando su legado como un defensor del pensamiento adaptativo. La anécdota adquiere mayor color con el relato de una conversación entre Keynes y Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. En pleno debate estratégico, Churchill envió un mensaje a Keynes diciendo: “Creo que me acerco a su posición”. Keynes, con su mordaz ingenio, replicó: “Qué lástima, justo acabo de cambiar de opinión”.

Estas historias no solo destacan la genialidad de estos economistas, sino que celebran la capacidad de aceptar la incertidumbre y recalibrar juicios en función de nuevas realidades, una habilidad que sigue siendo esencial en el pensamiento económico.


Esta lección resulta plenamente aplicable hoy en día. Las circunstancias económicas y geopolíticas no tienen nada que ver con las de hace apenas una década. En un mundo global e interrelacionado como el de 2024, estas circunstancias, o variables, experimentan una transformación a una velocidad nunca antes vista. El ser humano tiene que ser capaz de adaptarse a todo.

Además, la cosa se mueve mucho más de lo que parece. Sucesos geopolíticos, tales como la intensificación de la rivalidad económica entre Estados Unidos y China, las repercusiones del cambio climático o las crisis migratorias originadas por conflictos bélicos, crean un sinfín de interrogantes acerca del porvenir. Hemos presenciado bonos europeos destinados a financiar la recuperación (los bonos Next Generation EU); hemos presenciado un resurgimiento del proteccionismo global (en ocasiones verdaderamente respaldado por la necesidad de disminuir la dependencia de proveedores poco confiables, en otras más desmedido); hemos presenciado la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN (evidenciando que la adhesión es siempre el resultado, y no el motivo, de la agresión de Rusia); simultáneamente, hemos observado un aumento de la polarización política a nivel global, un resurgimiento de los nacionalismos y extremismos, del antisemitismo (totalmente desvinculado de la legítima crítica al gobierno de Israel) y de fantasmas que no se veían desde la II Guerra Mundial.

Si en un mundo rápido como el presente nos resistimos a modificar nuestra perspectiva, o lo que es lo mismo, a responder a la nueva información, nuestro futuro será experimentar rápidamente las "grandes pérdidas" de las que Keynes hablaba hace cien años.

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